
Congreso del partido.
Todos los partidos felices se parecen, pero todos son desdichados a su manera cuando se acercan los cónclaves respectivos, que es donde se reparte el poder orgánico. La partidocracia ibérica no da para el debate de Keynes contra Hayek; se parece más a una corrala de Lavapiés donde quien tiene menos quiere más y quien tiene más desea conservarlo todo. Lo que no se les puede negar a nuestros políticos es representatividad: cuando se ciernen sobre nuestras cabezas las cenas de Navidad, los cuatro grandes partidos se comportan como cualquier familia española, con histéricas discusiones entre primas, intentos de marginación del abuelo y ponencias insufribles del cuñado.