
Tristeza arcoiris.
No nos engañemos: los han matado por ser gays. Porque les gustaba el sexo equivocado y encima tenían el descaro de no esconderse. El terrorista ha elevado a los 50 asesinados de Orlando a la condición de mártires de la causa arcoriris, pero ellos no querían ser mártires de nada. Estaban en un pub, habían salido a divertirse. Así que no sólo les han quitado la vida sino también el arduo privilegio de la normalidad: les han devuelto de golpe y para siempre el estigma social que durante décadas habían luchado por sacudirse. Ahora serán recordados como los mártires de Pulse, porque la muerte violenta exige siempre un significado simbólico en el relato de una comunidad. Aunque sea injusto con los propios muertos.
Así actúa siempre el terrorismo, y por eso nunca se libra contra él una guerra convencional, en la que uno adopta voluntariamente la defensa de una causa de civilización y asume el coste quizá fatal de la batalla. El fanático te reduce a lo que cabe por el angosto enfoque de su ojo vidrioso. De un poeta, de un deportista, de un cantante nada ha de importar su condición sexual al ciudadano de una sociedad abierta; para el fanático, en cambio, es lo único que importa. Y esa brutal reducción de la persona humana es la segunda muerte que han padecido los chicos de Pulse, Orlando.