
«¡Ramón, que no fue en Lepanto!»
La fidelidad al propio estilo es una norma de gran prestigio entre los aprendices de escritor, entre los trompetistas de jazz y entre los equipos de fútbol que profesan el tiquitaca. En cambio los economistas, con Keynes a la cabeza, son más partidarios de adaptar su opinión a las circunstancias; por no hablar de los profetas de la nueva política, en la que la coherencia está tan valorada como la castidad en un Erasmus. Y sin embargo en ocasiones los fieles acaban heredando el reino de los cielos, o al menos los octavos de final de la Eurocopa. Y con el liderazgo del grupo casi asegurado.
España fue idéntica a sí misma en todo menos en su frustrante unocerismo. Contra los turcos los goles les fueron dados a los españoles en pago de su sostenida ejemplaridad. Morata fue Villa al fin, vio premiado ese fútbol suyo hecho de voluntad y ángulos rectos, torpe y generoso como un pívot, agónico como un Sánchez Vicario del remate. La habilidad la pone Silva, la profundidad es cosa de Alba y Juanfran, la seguridad viene blindada por Busquets. Qué decir de Piqué, que cerró una modélica primera parte subiendo a la boca de gol. Pero es que todos estuvieron bien contra una Turquía que no era precisamente la que mancó a Cervantes, digámoslo todo.