Quedo con Jorge en un bar que casualmente está cerrado. Vamos a otro bar. Que también está cerrado. Empezamos a ponernos nerviosos justo cuando encontramos, en las inmediaciones del Congreso, el bar en el que finalmente tenemos la entrevista. Las primeras preguntas fueron tensas. En las siguientes me apetecía pedir otra cerveza. Y al final estuve a punto de pedirle que me acompañara a hacer algo más. A ver Madrid, yo qué sé. A cualquier cosa. Pero le habían pedido que escribiese un artículo.
¿Son más felices los aspirantes a periodistas que entre el resto de carreras? Ser periodista es resignarse a cobrar poco al principio (menos que la media) porque prefieres hacer lo que te gusta.
No sé si es así. La felicidad la definiría por la vía negativa, como hacían los escolásticos con Dios. Por la vía negativa se podría definir la felicidad así: uno no se da cuenta de que es feliz, se da cuenta de que es infeliz. La felicidad se conjuga en pasado. Pero eso lo descubres más tarde, como decía Gil de Biedma.
¿Y eres feliz con tu trabajo?
La felicidad relacionada con la vocación laboral es un factor que completa a la persona. Hay personas que tienen todo su potencial de sentimiento centrado en las relaciones personales, y con eso son felices. Pero normalmente la gente tiene dos vocaciones: su trabajo y su familia. Si falla una de las patas, no se es del todo feliz.
En mi trayectoria profesional es verdad que he pasado por el deseo y la frustración de no alcanzar la estabilidad, y al final he obtenido un premio más o menos modesto. Y rezo para que se mantenga porque esto tampoco está asegurado. La verdad es que uno no plantea estrategias para llegar a la meta. De hecho no estudié Periodismo: estudié Filología Clásica. Cuando terminé el primer ciclo de Filología mi facultad (la de Filología en la Complutense) acababa de abrir una nueva licenciatura: Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Muchos filólogos de primer ciclo decidimos ampliar miras en vez de seguir con una filología especializada y nos decantamos por el estudio teórico de la literatura: en EEUU y otros países estaba esa licenciatura desde la posguerra mundial. Mi catedrático, Antonio García Berrio, fue el que instauró esos estudios en España, en la Complutense.
A partir de ahí teníamos dos opciones: matricularnos en los cursos de doctorado y comenzar la carrera de la docencia -que es desesperantemente lenta en este país- o, para los que no teníamos paciencia, nos quedaba el periodismo.
Yo empecé a publicar a los 19 años críticas literarias. Lo primero que hice en mi vida, la primera vez que aparece mi nombre en negro al final de un texto, es en una crítica literaria.