Es normal que los cronistas citen a los políticos. Es menos normal que los políticos citen a los cronistas. Pero lo que de ningún modo parece oportuno y conveniente -por recurrir a una adjetivación característica del personaje- es que un presidente del Gobierno abra un coloquio organizado por EL MUNDO confesando que regaló un libro de Ignatieff «al señor Bustos, que antes me había enviado el suyo». Eso es tomar rehenes, presidente. Uno no es de piedra y soy especialmente sensible a los lectores que me dan trato de señor, por no hablar de los que me hacen regalos.
La historia de mi secreta correspondencia libresca con Rajoy en todo caso ya está contada en estas páginas y si salió a colación es por la sentencia de Ignatieff que Francisco Rosell lanzó a la cara de don Mariano muy pertinentemente a cuenta del sindiós catalán: «Si adoptas la prudencia como lema, el coraje te abandonará cuando llegue el momento de mostrarlo».
Pero las apelaciones ígneas a la acción se evaporan al contacto con la flema galaica que Rajoy ha convertido en estilo político, el llamado marianismo: «A veces el Gobierno tiene que tomar decisiones. Y a veces -aquí pausa dramática- el Gobierno tiene que NO tomar decisiones». Cuando recita una de estas jaculatorias reprime una íntima satisfacción que sólo unos pocos marianólogos advertimos, porque la marianología es arte arcano y esotérico de difícil aprehensión.
El resto de la sala o del hemiciclo se suele dormir. Yo miré al asiento de Anson, por si acaso, pero don Luis María seguía atentamente la escena al lado de Boadella, cuya melena luce tanto más blanca en Madrid cuanto más se ensombrece el rostro de la Moreneta en Cataluña. Por cierto que la retórica marianista, hecha de tautología y verdades del barquero, encuentra un precursor nada menos que en Ortega y Gasset, a quien se había encomendado el presidente en su intervención inicial: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa». Puro marianismo.