Aquí, a partir del minuto 21, la segunda parte de la entrega kafkiana en donde Herrera, para conmemorar el primer siglo de la publicación de La metamorfosis. Damos algunas claves tradicionales para entender la novela, y añadimos la clave Artur Mas, que no está tan lejos de Gregorio Samsa.
Archivo mensual: septiembre 2015
Sócrates debe morir
Sócrates no puede pasar de moda mientras nos empeñemos en vivir en democracia. E incluso los súbditos de todas las tiranías –más exitosas históricamente que las democracias, sin comparación- han consolado durante 2.500 años su falta de libertad en los diálogos platónicos que construyeron la figura perenne de un titán, y sin embargo ciudadano ateniense. “He de confesar que me siento tan cerca de Sócrates que casi siempre estoy en lucha con él”, escribió Nietzsche, uno de los padres de la posmodernidad en que vivimos. Que no hace falta ser un atrabiliario filósofo alemán para sentirse interpelado por la vida, las ideas y el método revolucionario de Sócrates viene a probarlo Gregorio Luri (Navarra, 1955) en este ensayo de lectura tan magnética como enjundiosa. Pues Luri, que no en vano ha combinado la docencia con la filosofía, logra una escritura plena de rigor y pedagogía, demostrativa de que no hay pasión tan absorbente como el debate de ideas.
Este libro no es otra biografía intelectual del fundador de nuestra tradición filosófica, sino una suerte de thriller filosófico-judicial: el autor, que tiene metabolizada la obra platónica y segrega su jugo con toda naturalidad, nos sienta en el tribunal que ha de juzgar a Sócrates junto a Platón y Jenofonte, Alcibíades o Meleto, de quien parte la acusación terrible: Sócrates ha de ser ejecutado porque no cree en los dioses atenienses y corrompe a la juventud.
¿Matar o no a Sócrates? Esa es la cuestión. Y Luri sabe que, con la ley democrática en la mano, Sócrates debe morir. Su predilección por lo bueno o lo verdadero sobre lo propio o lo nuestro –la identidad comunitaria– actúa como un disolvente sobre los lazos que tejen la convivencia en la polis griega. Si todo hombre se para a cuestionar la justicia o bondad de las leyes, se abona el terreno para la subversión. Porque la idea clave del pensamiento socrático (y de todo pensamiento) es la autonomía intelectual y moral del individuo frente a la comunidad. Y la autonomía resulta tan peligrosa en el siglo de Pericles como en el de Merkel.
“El Sócrates histórico fracasó porque Atenas necesitó protegerse de su presencia. El Sócrates platónico ha triunfado porque siguió habiendo jóvenes deseosos de rememorar su palabra, y porque Platón consiguió convencer a los atenienses de que la filosofía es el mayor bien para el ciudadano y para la ciudad”, concluye Luri. El admirable martirio de Sócrates –que renuncia a una defensa persuasiva ante el jurado porque prefiere la coherencia–, no desprovisto de temple irónico y en guardia crítica hasta el fin, depara más de una lección al hombre emocional de nuestra sociedad terapéutica, donde Sócrates sigue muriendo.
(Revista Leer, número 265, Septiembre 2015)
Estimado don Mariano:
He leído el libro que me regaló: ‘Fuego y cenizas’, de Michael Ignatieff. Lo encontré en un paquete a mi nombre una mañana en la redacción de EL MUNDO, junto con una nota manuscrita en la que usted me revelaba que estaba dedicando su asueto galaico, entre otras cosas, a leer mi libro: ‘La granja humana’ (Ariel). En la nota además emitía un juicio de valor, no desprovisto de laconismo: «Me gusta. Está bien». No voy a decir que me conmovió, pero valoré especialmente su gesto, tanto más por cuanto se trata de un libro cuya portada lo representa a usted caricaturizado con facciones de cerdo. Yo no la diseñé, debo puntualizar, pero ahora corroboro esa mítica capacidad de encaje de la que hablan todos; la correosa pasta de resistente que lo vuelve a usted tan inmune a la prensa como a sus compañeros de partido.
En todo caso no todos los días un ciudadano europeo intercambia libros con su presidente, y le reconozco que su nota -con ese elegante membrete institucional- orla el corcho de mi habitación, bien que tampoco juraría que su puja en Sotheby’s convocara un entusiasmo equiparable al que el otro día alcanzó una letra de los Beatles.
Si mi ensayo encierra críticas creo que razonadas a su mandato, el que usted me envió abunda en la naturaleza caníbal de la política a través de la experiencia de un brillante intelectual pero un político fracasado. Ignatieff es un politólogo de Harvard que, como Vargas Llosa en Perú o Norman Mailer en Nueva York, fracasó con estrépito cuando pretendió llevar su pulida teoría a la siempre fangosa realidad, en su caso aspirando al puesto de primer ministro de Canadá por el Partido Liberal, equivalente a la socialdemocracia europea. Según avanzaba en la lectura empecé a sospechar que usted quería hacerme llegar este mensaje por autor interpuesto: «Es fácil dar consejos desde la barrera, amigo, como hacéis sin parar los columnistas; pero esto de la política es un pifostio incalculable en el que ninguno de vosotros duraría una semana». Más o menos. Y la verdad es que estoy de acuerdo con la apreciación.
Un siglo de ‘La metamorfosis’
Aquí nueva entrega de El Parnasillo, conmemorando los 100 años de la publicación de La metamorfosis, del bueno de Kafka. Como tenía a don Víctor García de la Concha compartiendo estudio, la sección ha quedado un poco corta, así que el análisis kafkiano continuará la semana que viene.
Reseña excesivamente generosa de La granja humana a cargo de mi querido Adolfo Torrecilla, que fue la primera persona que me empleó como periodista; en concreto para escribir reseñas literarias, a mis tiernos 19 años.