A Zola no le disgustaban los paisajes de Corot, pero opinaba que mejorarían definitivamente si el pintor “se decidiese a matar las ninfas con las que puebla sus bosques y las sustituyese por campesinas”. Como los cuadros de Corot, las alineaciones de Ancelotti a veces parecen parnasillos tardorrománticos en los que echamos a faltar naturalismo. Y lo más parecido que tenemos en la plantilla a una ruda aldeana es Pepe. Usted alinea a Pepe y el lienzo mejora automáticamente. La defensa se adelanta, las líneas se juntan algo más, los alemanes altos del Schalke se achican y se meten como enanitos en la mina, ay bo, ay bo.
Qué tranquilidad para el madridista ver de nuevo a Pepe izando atrás la bandera pirata, cantando alegre en la popa, por su bravura el temido. Pepe imanta el peligro como un agujero negro, y el peligro desaparece en su interior. En este sentido se trata de un central cósmico, a cuyo lado se expanden Varane o Ramos al tiempo que se contraen los delanteros rivales. Ayer robó bruscamente, cortó con delicadeza, cambió el juego, se anticipó de codos, derribó a Boateng con su célebre golpe de cadera y fue retribuido con un codazo que descubrió al fin la utilidad del fucsia en una camiseta: disimular la sangre el tiempo justo para que el árbitro no estropee la salida de balón de tu equipo.