Hijo de un contrabandista de divisas, padre de seis hijos imputados, está bastante claro que el problema de Jordi Pujol i Soley es hereditario. Y eso confesó al juez: que recibió una herencia de 140 millones de pelas de su padre, el travieso Florenci, y no supo qué hacer con ella. Comprendemos su apuro. En España solemos usar estas adversidades inopinadas para tapar agujeros una vez aligerado de ellas el diezmo para Hacienda, pero vaya usted a saber qué comportamiento etnológico dicta para estos casos el hecho diferencial del noreste.
Total, que lo fue dejando, lo fue dejando y al final se encontró con que el desagradable problema sobrepasaba los 400 kilos; un tamaño bien hermoso para esta clase de quistes fiscales que se esconden a los cirujanos de la Agencia Tributaria. Hay quien insinúa que semejante tumor no se hereda así como así, sin una exposición continuada a las radiaciones B emanadas del Presupuesto. Pero si a San Isidro, patrón de Madrid, le araban el campo los ángeles, ¿por qué a don Jordi, padrino de Cataluña, no se le iban a multiplicar los ahorros sin necesidad de recurrir a la plebeya institución de la mordida?