
Incluirlo en la crisis habría supuesto un alivio inmerecido, un blanqueamiento. La crueldad de Sánchez es infinitamente más refinada: ha querido castigar a Marlaska no echándolo de este Gobierno sino manteniéndolo en él hasta el final. Exhibiendo el túmulo de cenizas desde el que apenas humea el hilo afónico de su voz, calcinado hasta los tobillos, con todo el pasado por delante. A quién puede juzgar mañana un espectro así en un tribunal que se respete a sí mismo.