
De nuestra democracia sentimental ya no podemos excluir el llanto como categoría política. Pero una cosa es disculpar que los políticos también lloren y otra muy distinta es que convirtamos la flojera lacrimal en la medida misma de su crédito. No solo porque no hay estrategia retórica más vieja que la oportuna exhibición de lágrimas de cocodrilo, como sabe cualquier tertuliano del corazón, sino porque los ciudadanos nos merecemos la contención pública de nuestros representantes. No vaya a ser que además de sufrirlos tengamos que consolarlos.
El llanto como categoría política. Buena iniciativa. Feliz día.