
La rebeldía es la constante de la identidad irlandesa, y quizá ellos no tengan toda la culpa. Quizá sean rebeldes porque efectivamente el mundo los hizo así. Contra la lluvia mecánica que se descarga sobre sus cabezas desde el origen de los tiempos inventaron el cálido refugio de los pubs, que son como barcos fondeados en las aceras batidas por el viento o como sagrarios de camaradería. Contra la larga y a menudo cruel dominación inglesa fraguaron un nacionalismo épico, sentimental y omnímodo como la hierba que invade su paisaje. Contra el auge de la música tecnificada que amenazaba su folclore se aferran al pop-rock en vivo, que mantiene a raya esta plaga reguetonera que no sabemos si nos deshumaniza del todo o nos humaniza demasiado. Y contra el reto existencial de la despoblación y el fracaso económico se han sacado del arpa una melodía inaudita para el oído español: un pacto de Estado fiscal por el que la política de impuestos bajos para atraer empresas y crear oportunidades no cambia cuando cambia el partido del gobierno.