
Las tramas novelescas cobran interés cuando el protagonista está en peligro, y por eso me interesa cada vez más Yolanda Díaz. La derecha nunca le perdonará su militancia comunista, pese a que ese error estúpido obedece en ella, como buena gallega, a razones puramente sentimentales, según prueba su sonrosado prólogo del Manifiesto. Pero ahora es la izquierda la que no le perdona su gradual acercamiento a las señas de identidad tópicas de la derecha, desde los modelitos al empresariado, pasando por el Papa o incluso el ejército: no se me olvida su tuit de agradecimiento a las Fuerzas Armadas el pasado 12 de octubre, inimaginable en cualquier otro miembro de eso que llamamos con misericordia la izquierda de la izquierda. La pregunta es: ¿existe un átomo de sinceridad en una metamorfosis tan obvia como la de Díaz?