
Es más fácil amarse cuando el mundo conspira contra tu amor. El incendio se propaga mejor al contacto con el gas combustible de la opinión pública. No hay mucho mérito en enamorarse cuando el mundo se derrumba, con todos los respetos al guionista de Casablanca, porque el amor se aquilata en la desgracia compartida. Esa es precisamente la esencia de la rebeldía romántica: la afirmación de una intimidad asediada. Y por más que la zafiedad populista o el republicanismo romo o la embriaguez carroñera enturbien estos días el juicio mediático, ese romanticismo de catacumba fue decisivo para la duración del matrimonio entre Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón. Claro que para verlo hay que fijarse en el hombre y la mujer, no en el duque y la infanta.