
Sabemos que vivimos en tiempos de decadencia cuando la nostalgia cosecha más prestigio que la expectativa. Quizá siempre fue así, quizá siempre fue mejor cualquier tiempo pasado para cualquier tiempo presente. Quizá la voz más alta en los contraculturales sesenta y en nuestros movidos ochenta no perteneció ni a jipis y ni a punkis, sino a los aterrados herederos de un sistema de valores en demolición. Quizá las revoluciones prenden en el instante justo en que los jóvenes se ponen a añorar como viejos el mundo que no han vivido pero del que han oído hablar.