
Ira es la primera palabra de la historia de la literatura occidental. «Canta la cólera, musa, del pélida Aquiles». Así arranca el primer verso de la Ilíada, con el terrible sustantivo abriendo la frase, estrenando el género de la epopeya, inaugurando la poesía y hasta preconizando el periodismo si limpiásemos de mitos los hechos de armas en la playa de Troya. Pero no es la musa sino Homero quien canta admirado la ira de los hombres, porque Homero sabe que solo la guerra iguala a los hombres con los dioses. Y alguien deberá contar esa apoteosis de sangre y de fuego para que el mundo no olvide. Para que el recuerdo de lo que hicieron perviva de generación en generación.
Hay una línea improbable que a través de veintiocho siglos conecta a Homero con Manuel Chaves Nogales. Uno era un bardo mitómano que embellecía lo que no vio y creía en los dioses; otro fue un periodista insobornable que anotaba lo que veía en una España rota que ni siquiera dejaba espacio a la fe en la condición humana. Pero hay una cualidad que los emparenta, una virtud rarísima, casi sobrehumana: la ecuanimidad. Homero no juzga a los hombres que se matan en el campo de batalla. Admira su valor o deplora su destino al margen del bando y la causa en la que militan. Y eso mismo hace Chaves Nogales en el implacable fresco del horror fratricida que es A sangre y fuego. Para que tampoco lo olviden. Y para que no lo recuerden como algunos sectarios de ayer y bastantes de ahora mismo quieren que lo recordemos.
Como filólogo clásico que eres, podrías buscar el pasaje de Platón donde Sócrates deja caer que los héroes de la Ilíada son una manga de gangsteres, a excepción de Héctor (=¿’el sostén’?). Sí, recuerda uno la despedida de Héctor a su mujer e hijo y evidentemente es otra cosa que su estúpido hermanito Paris o que el capo Agamenón o que todo lo demás. Homero no dice nada especial sobre sí, a excepción quizá del canto catorce de la Odisea donde se dirige en segunda persona a Eumeo (¿’el guarda fial’?), esclavo raptado por los fenicios y vendido a unos gañanes tipo Piritoo que no debían tener ni idea de la escritura de los sofisticados fenicios o, quizá, de la sofisticada corte paterna de Eumeo. ¿Persnaje especular? La ecuanimidad de Chaves Nogales, escritor de lujo ciertamente , quizá se pudiera poner al lado de la de Salas Larrazabal no para enterarnos de nada -las guerras civiles NUNCA acaban, recuerdan Eliot o Faulkner- sino para que, puestos en plan liante, liemos más fino.