Archivo diario: 24 octubre, 2021

Entrevista a Arcadi Espada

Lleva quizá el único apellido parlante del columnismo español. Un centelleo, un chasquido y un corte seco. El estilo de Arcadi Espada (Barcelona 1957) ofrece el magisterio afilado de una idea ejecutada con limpieza. En su nuevo libro, que lleva un finísimo prólogo de Ferrán Caballero, se bate en duelo contra la superchería.

Se non è vero, è ben trovato. Usted ha construido su carrera contra ese refrán. Contra el peligro de elevar la verosimilitud al lugar de la verdad. 

Sí, pero no lo considero una rareza. O no debería. El paradigma de la verosimilitud es honrado, pero no es el de nuestro oficio. Lo que sabemos con seguridad sobre lo verosímil es que no ha sucedido. Yo soy un escritor que trabaja con la veracidad. Los que trabajan con la verosimilitud son los novelistas realistas. Otra cosa es que hayamos perdido la perspectiva de lo que es este trabajo hasta el punto de que esta distinción parezca una rareza.

La foto de Capa del miliciano muerto. Es un montaje pero servía a la propaganda, que es lo que sustituye a la verdad en las guerras. ¿La primacía hoy de la posverdad significa que estamos en guerra, aunque sea cultural? 

Sospecho que hay cosas que pasan por primera vez. La posverdad no son las antiguas mentiras: el mentiroso no deja de tener un cierto respeto por la verdad, como el gángster lo tiene por la ley. De ahí su mala conciencia. El caso Trump -digo Trump por no decir Sánchez-, que es el símbolo de todo esto, no es la simple manipulación de la verdad, no se sitúa en el paradigma orwelliano de la neolengua: es que la verdad ha dejado de interesarle. Por eso va a montar su propia red social. Siente hacia los hechos una indiferencia total. Por ejemplo hacia el hecho de perder las elecciones. Y lo avisó: que no lo reconocería. Hizo lo que se esperaba de un hombre al que no le interesan los hechos. Se mueve por un paradigma religioso. Importa la trascendencia, y toda trascendencia es subjetiva.

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24 octubre, 2021 · 9:31

La ley y la rasta

Al derecho le está pasando como a la salud mental o a las erecciones: que son cosa del pasado. Vestigios aparatosos de aquellos animales racionales que anteponían la ley a los sentimientos, preferían el imperio de la cordura a las misericordiosas cuotas de tarados y hasta se empalmaban de vez en cuando. A la luz de esta revolución moral comprendemos que Meritxell Batet se resistiera a darse por enterada de lo que el Supremo le requería: que retirara ya el acta a un diputado condenado en firme por patear a un policía. Hasta un niño de cinco años entendería que un agresor sentenciado no debe ostentar la representación pública de los españoles. Pero si traemos aquí al niño de Groucho, descubriremos con horror que tiene cuarenta tacos y ocupa varios ministerios y una vicepresidencia. Todos los cargos podemios del Gobierno han arremetido contra la Justicia bajo la mágica premisa de que un policía jamás puede ser víctima, aunque pruebe el daño, y un sedicente activista social jamás puede ser agresor, aunque patee. «Señora diosa, bájese la venda, contemple las rastas rusonianas de nuestro buen salvaje y obre en consecuencia», exige el populismo, esa enfermedad infantil que ha destruido a la izquierda española.

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24 octubre, 2021 · 9:25