
No hace falta ser Robert Michels, el politólogo alemán que formuló la ley de hierro de la oligarquía, para comprender por qué a los jefes de partido no les gustan los solistas. Según Michels, quien fácilmente habría deducido su ley de una somera ojeada a la jaula de los orangutanes del zoo de Colonia, toda organización es oligarquía, y todo miembro ascendido a la condición de oligarca conspira para evitar la emergencia de nuevos líderes que amenacen su posición. De modo que el recelo de Casado hacia Ayuso o el de Sánchez e Iglesias hacia Yolanda Díaz es el mismo: se deriva de su estatus insomne de primates alfa. Da igual que se alce el puño o que se vaya a misa: todo líder es conservador porque vive obsesionado con la conservación de su puesto.