
Solo hay alguien más jartible que un entusiasta de Halloween y es un odiador de Halloween. Una trifulca indefectible entre papanatas y cruzados condena por estas fechas al español a ir detrás de una calabaza con un cirio o con un garrote. El pecado del aprendiz de Tim Burton es meramente estético y le lleva a suspender el sentido del ridículo hasta abrazar la mamarrachada triunfante. El pecado del fan de Bernarda Alba es ideológico y le lleva a censurar por extranjera una liturgia importada como si el cristianismo no hubiera sido exportado desde Jerusalén en su día, tomando por el camino no pocos aderezos rituales de los cultos paganos. Equidistar de ambas tentaciones nos ayudará a honrar al muerto que todos seremos con la inteligencia del vivo que aún somos.