
Política.
El clásico empezó decepcionando: al final resultó ser un partido de fútbol. Se habían depositado en el Camp Nou grandes esperanzas de ruptura del orden constitucional, o al menos de alteración del orden público, pero la única quiebra de la legalidad se constató en el área del Barça cuando Varane recibió dos penaltis que ni pitó el árbitro ni quiso revisar el VAR. Como otras tantas infracciones ocurridas últimamente en Cataluña, estas dos también quedaron impunes.
Salió el Madrid en tromba, con esa descarada falta de complejos que conviene exhibir en los territorios hostiles. El imperio de Valverde y Casemiro borró enseguida el mediocampo culé, al que le faltaba Busquets. Los balones largos a Bale buscando la espalda de la defensa lograban su efecto intimidatorio. Para cuando llegó el temido minuto 17.14 no quedaban ganas de invadir nada: el tsunami existía pero no era democrático sino una despótica secuencia blanca de disparos a media distancia -qué dos voleas enchufó Valverde-, centros cabeceados en cadena y todo género de aproximaciones carnales de las que la portería de Ter Stegen salió virgen, nadie sabe cómo. Entretanto, en las afueras empezaban a relacionarse los independentistas y los Boixos Nois en ese idioma primitivo suyo hecho de piedras, palos y cosas ardiendo. A algunas tribus les viene grande no ya la patria sino hasta la patria potestad.