
El Innombrable.
Y el pueblo de Israel embadurnó el dintel de sus puertas con la sangre del cordero, de un cordero turco por más señas, y así logró que el ángel exterminador nacido en Setúbal pasara de largo al ver la marca de una nueva victoria en Europa. Nada como la invocación del terrible nombre de Mourinho para poner a este vestuario a competir como debe. Desde el primer minuto la actitud fue otra, y no había terminado ese minuto cuando el Madrid ya había malgastado la primera de la treintena de ocasiones que acumularía durante un partido con marchamo de apocalíptico como un episodio del Antiguo Testamento. Llegaremos al Nuevo cuando el equipo meta algún gol más, pero la historia de la redención no se escribe en unos días. Paciencia.
El cierre de filas de los jugadores en torno a su buen pastor, Zidane, obró el milagro de la intensidad, la movilidad, las líneas juntas y el centro del campo bien poblado, aunque las espaldas de Ramos y Marcelo evocaban por momentos la plaza barcelonesa de Urquinaona: un territorio abandonado a la anarquía. Menos mal que esta vez Courtois decidió demostrar por qué su fichaje nunca fue un capricho: tres paradas de mérito le devolvieron esa jeta de De Gaulle que tanto respeto infunde.