
Exnovia.
El Real Madrid debutó en la Champions perdiendo 3-0 y la mejor noticia fue el resultado. La peor, que no jugaban ni Mbappé ni Neymar ni Cavani. El PSG jugó como si fuera una final, con repliegues de nueve jugadores en el minuto 80, y el equipo de Zidane jugó como si viviera un principio, no sabemos aún de qué, y preferimos no intuir su conclusión. Era un PSG alicatado hasta el baño contra un Madrid abierto por obras; demasiado abierto, de hecho.
El Madrid más francés sucumbió en París ante una reunión de exnovias rencorosas, empezando por Di María y Keylor Navas sobre el césped y terminando por Makelele y Beckham en el palco. Francia inventó el racionalismo pero Zidane no inventa ya la botánica que tantas flores nos dio. Saber con certeza que el primer gol de Di María lo hubiera parado Keylor imprimía tonos aún más macabros a la pinta del partido. Solo Bale, a su modo sonambúlico y genialoide, llevaba algo de riesgo al área. Falló una falta de una parábola tan hermosa que el gol no la hubiera embellecido, y después marcó un golazo al que solo se le pudo presentar la estúpida objeción de haberse acomodado la bola con la mano. Uno tenía la esperanza de que, entre el videoarbitraje y las expulsiones por pisar el tendón de Aquiles, el mundo del fútbol se hubiera olvidado de normas anquilosadas como la de prohibir jugar con las manos. Pero no. Anulado.