El terror.
Greta no como excepción sino como norma. Greta sincronizando el estreno mesiánico y precoz de su vida pública con su niñez más tierna. Greta, la mirada mosaica de Greta abroncando al incorregible pueblo de Israel que se ha entregado a la idolatría del Ceodós. Greta como sibila veterotestamentaria que habla con la Energía en las cumbres limpias del mundo y que baja -en bici de montaña, se entiende- para someter a la adolescencia europea con el fuego azul de sus ojos santos. El nitrógeno líquido de la mirada de Greta como próxima inspiración para la Marvel. Greta girando por las naciones empecatadas de combustible fósil, predicando la segunda venida del Oxígeno, convirtiendo a millones, ahormando legislaciones, entrullando a los cabrones que se ríen de Greta.
Greta que un día, tras varias vueltas al mundo en velero y una en el pájaro humano de Da Vinci, se hace mujer y enamora a un muchacho. A un chaval esforzado, que sacrifica su pasión por el codillo en el altar vegano de su amor a Greta. El pánico de nuestro chico a desairar a Greta, a desplazarse un día de lluvia en taxi aunque sea en taxi híbrido, su terror a ser descubierto con un bonobús caducado en la cartera.