
El buen salvaje.
Argentina encarnada en la rivalidad Boca-River pasó por Madrid, levantando en los nativos unánime admiración. A los españoles se les concedió el olvidado espectáculo de la pasión sin las contrapartidas incómodas de su hermana la brutalidad. El periodismo deportivo, descontando sus confianzas con la hipérbole, comparte veredicto: jamás cubrió un partido tan emocionante. Se diría que el domingo ocurrió la navidad del fútbol, se redescubrió el balompié en España, lo que explicaría la amplísima cobertura y el entusiasmo plumífero.
Del Bernabéu ya se quejaba Bernabéu por la cicatería emocional del madridista, que malacostumbrado por la victoria acude a Chamartín a que le animen, mientras el hincha argentino va a animar porque no ha tenido ocasión de que el triunfo reiterado le aburguese. Así que el Boca-River en el Bernabéu, además de un tributo póstumo a don Alfredo, ha deparado sobre todo un choque cultural: un neocolonialismo invertido por el cual la metrópoli mira con envidia a la antigua colonia. Esas gradas frías se calentaron por una noche no por la calidad del juego practicado -lo que sucedía en el césped dañaba la vista- sino por el fervor de unos buenos salvajes. Ante semejante fenómeno, el madridista examina su conciencia y se pregunta por qué no grita ni llora como esos porteños que no saben lo que es ganar tres Champions seguidas. Se pregunta, asustado, qué harían si las ganaran.