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Kevin Spacey fue un actor estadounidense nacido en Nueva Jersey y hallado muerto en la clínica The Meadows, Arizona, donde había ingresado para tratarse la adicción al sexo que precipitó su caída en Hollywood. Comenzó a despuntar en los 80, encarnando papeles secundarios para televisión, pero no mereció el reconocimiento de la industria hasta mediados de la década siguiente, cuando obtuvo su primera estatuilla por Sospechosos habituales. Condición esta, la de sospechoso habitual, que la ironía macabra del destino convirtió en insoportable hasta que el círculo tragicómico quedó cerrado. Antes, tuvo ocasión de tocar la gloria con el Oscar por su papel protagonista en American Beauty, considerada el reverso satírico del sueño americano, vaciado por el hedonismo.
Las redes sociales han recibido con alivio la noticia de su fallecimiento. «Ya no podrá seguir toqueteando a jovencitos», ha tuiteado Pamela Anderson. «Nadie puede celebrar la muerte de otro ser humano, pero mentiría si confesara que siento tristeza», declara en su muro la joven musa del nuevo feminismo, Emma Watson. Y en su acostumbrado tono provocador, el enfant terrible de la Alt-Right gay, Milo Yiannopoulos, ha lamentado no poder cruzarse ya con Spacey en algún sórdido rincón de un estudio en penumbra para calentar a otro hipócrita del partido de Clinton antes de huir y dejarle con las ganas.
Estos faranduleros. A mi y supongo que a mi generación nos interesa mucho más lo que tengan que decir en otra rama de la farándula, léase la musical. Por ahí andan las memorias de la cantante de los Pretenders (lindo nombre) donde viene a decir que ciertas socializaciones son muy muy chungas. Y también, perdónenme, vaya descubrimiento. A lo mejor es porque soy varón de cierta edad, pero las aproximacioes indeseadas no me parecen que tengan mucho recorrido. Más bien chuscas que dramáticas. Eso sí, la venganza que el hijo de Mia Farrow se está cobrando de ciertas assoziacioni di mutuo soccorso especializadas en dejar pasar por histéricas intensas a sus víctimas me parece encomiable. Le deseo todos los triunfos, a ver si deja Holliwood convertido en un campo de sal