
La viva imagen del estrés.
Cuando llegamos al hemiciclo y no vimos a Errejón en su escaño, todos pensamos que lo habían encerrado en el lavabo y que Mayoral le estaba haciendo la autocrítica con su enorme pañuelo palestino. Quia: solo llegaba tarde. En el día después de su discrepancia poco holandesa con el compañero secretario general tocaba exagerar la nota de normalidad. Incluso de mutua admiración: Errejón aplaudió con ganas la interpelación de Iglesias sobre la subida de la luz -y fue una pregunta bien preparada, con propuestas de un intervencionismo disparatado pero al menos no completamente demagógicas- y don Pablo aplaudió la pregunta de su número dos sobre la pérdida de puestos de España en el índice de Transparencia Internacional. No da para un Príncipe de Asturias de la Concordia pero algo es algo. Diputados de todos los partidos se daban a la tertulia: ¿sobreactuación o rencor sincero? «Yo lo vi todo y había mucho teatro. En el escaño, que es territorio neutral, con tantos fotógrafos gratis… Y lo han conseguido: solo hay que ver las portadas de los periódicos», opinaba un ministro. Porque Podemos es ya como el reality de anoche: un comentario socorrido en la oficina del que pueden participar lo mismo el jefe que el becario. «La cosa está difícil, pero no hay que dramatizar», trataba de matizar la propia Irene Montero, testigo privilegiada. Pero la impresión general es que la pelea interna lastra ridículamente su tarea de oposición: los acuerdos del bipartidismo les cogen con la pólvora mojada en lágrimas adolescentes.
Sorprendió la agresividad de Rivera contra Rajoy a propósito del saqueo de las cajas (41.000 millones), para el que pide una comisión de investigación. «Dejen de meter la basura debajo de la alfombra: ya huele». Es la cuña que ha encontrado el líder centrista para abrir hueco entre PP y PSOE. Don Mariano no se dio por ofendido y recordó a su socio que la reestructuración bancaria se ha completado con éxito. Manzanas traigo. Más incisiva estuvo Soraya con el monotema de Tardá, que debería preguntar por la industria de la butifarra hasta que termine de esfumarse la polvareda levantada por Vidal, el Snowden del Procés. La vicepresidenta no dejó pasar el balón y remató a placer, abonando el terreno para su comparecencia de la tarde con Arrimadas. En C’s se afronta la asamblea con marianil tranquilidad, aunque escoger Coslada para oficializar el giro liberal no entusiasma a algún dirigente partidario de mayor glamour.