
Hace años escribimos que Sánchez es un significante vacío en el que todo es mentira salvo la ambición. Si le palmeas le espalda suena como una caja de flamenco o como un ninot de Valencia: hueco, acartonado y fungible. La mejor expresión de esa impostura estructural nace de su voz de barítono de parque temático. Pero para localizar su verdad hay que fijarse en la mandíbula, allí donde el bruxismo concentra la voluntad de poder. Es como si estuviera masticando a sus enemigos. No solo enemigos: también hay restos de sus socios entre los dientes.
Ya se ha hecho notar previamente, pero parece que necesita un recordatorio: es un títere que tiene la autonomía de un superhéroe de blandiblú. Busque a quien lo maneje.