
Cabe preguntarse por qué hombre tan parco en emociones como Sánchez concede a Castells lo que negó a Illa: una declaración de gratitud ad hominem desde la puerta de Moncloa. No era el presidente despidiéndose de su ministro sino Pedro despidiéndose de Manuel, ese profesor lo suficientemente chiflado como para creer que aquel Sánchez que a su lado paseaba un sueño de poder por una playa de California podría efectivamente cumplirlo. Ahí mismo decidió Sánchez hacerlo ministro, aunque fuera de Marina: porque un profesor de verdad había realizado un acto de fe en un doctor de mentira. En un presidente inverosímil.