
No sonaron las campanas de Belén sino las que detonan el inicio de las hostilidades en un cuadrilátero parlamentario. El exacto ambiente que nos gusta a todos los que sabemos que solo en las dictaduras se respira paz en una cámara de representantes. Pablo Casado salió de su esquina como si esta semana le tocara creerse a fondo el papel de líder de la oposición. Fue directo a la berroqueña mandíbula de Sánchez con el niño de Canet entre ceja y ceja, como debe ser: «Usted es padre. Yo también. ¿Qué coño tiene que pasar para que asuma sus responsabilidades?», le espetó parafraseando al Sánchez de 2015. Pero el Sánchez de 2021, que ha dejado por el camino más pieles que una anaconda menopáusica, juega ahora al juego de la burguesa pidiendo las sales después de haber ejercido de pandillero de Kubrick. Se hizo el escandalizado -ah, oh, señor Casado, cuánta cafeína, ah, oh, me crispa usted- para evitar contestar por qué prefiere un solo voto de Esquerra a la dignidad de cientos de miles de familias castellanohablantes.