
El niño catalán es un espécimen en peligro de extinción que debemos proteger de quien pretende protegerlo. La Generalitat, donde todo sectarismo tiene asiento y toda ideología equivocada hace su habitación, ha descubierto que el niño catalán es más niño que catalán, y se propone corregir tan enojoso desequilibrio con todos los instrumentos a su alcance: el dinero de los padres y la chaladura de sus políticos. Urge erradicar esa lacra neoliberal llamada infancia. Empezando por su hábitat, que es el patio.