
Ahora imaginemos que Pablo Isla le dice que sí a Pablo Casado. Que renuncia a ser la bola dorada en el bombo global de los ceos más deseados y acepta meterse en política, en esta política. Que sacrifica toda intimidad y se priva de la reverencia que hoy levanta a su paso en todas las moquetas del hemisferio norte para bajar al barro parlamentario con Gaby Rufián y dar réplica a la garganta cazallera de una de Bildu. Que se exilia del incienso de Forbes y de la mirra del Wall Street Journal para domiciliar su buen nombre en la ventanilla estrecha de zurcidores del Frankenstein que arbitran el decoro con sus firmas goyescas, con aquel autorretrato al aguafuerte que tanto nos recordó al Gabino Diego de Torrente II exigiendo un zumito de naranja natural con la jeringuilla colgando del brazo.