
La misma izquierda que se reía de que la derecha se negase a llamar matrimonio a una boda homosexual hoy se aplica con un fervor verdaderamente teológico a la distinción entre libertad y libertinaje. El pueblo sigue rezando a los mismos santos -empleo, salud, vivienda, salir, beber, el rollo de siempre- pero los nuevos predicadores le han cambiado el catálogo de pecados. Ahora el diablo acecha en una desinencia de género neutro o en un rabo de toro recién lidiado o en aspirar a vivir en una urbanización con piscina, por no hablar de un botellón tras un año de encierro. Que el PSOE tenga subcontratado a Savonarola y haya abierto expediente al presidente de la Movida -«¡Escucha, Leguina: aquí no hay playa, vaya, vaya!»- ejemplifica la deriva reaccionaria de la izquierda. Y si la absorción del votante liberal y obrero por parte de Ayuso no revela que el materialismo ha cambiado de bando, que baje Dios y lo vea.