
Es difícil compadecer a Pablo Iglesias, por más que en esta campaña solo le falte llevarse un cachorro a la nariz y constatar que huele a leche antes de comérselo en directo. Atrapado sentimentalmente en la batalla de Brunete desde su más tierna infancia, el miliciano más convincente que hayan dado nuestros platós siempre quiso inspirar más miedo que lástima, pero nada envejece tan rápido como la guapa de bisturí o la retórica de comunista. Iglesias se soñó personaje de Novecento y acabará de superviviente en Mediaset,traficando con la tragedia sin haber abandonado la farsa. Últimamente incursiona en Getafe disfrazado de obrero, se calza su mejor jersey de pelotillas, promete la revolución y torna silencioso a su berlina de lunas tintadas con la conciencia del deber cumplido.
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