
Un selecto ramillete de ilustrados despavoridos ha firmado un manifiesto para detener el avance del fascismo, en cuyo régimen de «infernales atentados» llevan viviendo un cuarto de siglo sin que hasta la fecha se les haya pasado por la cabeza la posibilidad de una mudanza. Uno juraría que al llegar al término municipal de Azuqueca de Henares nadie topa con un muro de hormigón patrullado por las torretas artilladas del socialismo real, pero hace mucho que no paso por Azuqueca: quizá aquello se haya convertido en un canódromo de dóbermans con collares de Vox. Por otro lado, cuando uno reside en el «infierno», por fuerza habrá de consolarse con la llegada de algo distinto, aunque sea el fascismo, que no puede ser mucho peor que el infierno mismo. ¿Cómo temer una marcha mussoliniana si ya se vive sometido al «trabajo depredador de la ultraderecha»? ¿Cuándo alcanzará Aquiles a la tortuga de Zenón? ¿Cuántos centímetros de infierno y cuántos metros de jeta caben en el lucrativo cacareo de los gansos capitolinos que explotan la advertencia vitalicia del avance del fascismo antes de que podamos certificar, de una santa vez, que ya llegó?