
Se ha hecho viral, en el sentido vírico de la palabra, una carta de un director de instituto más preocupado por el presente emocional de sus alumnos que por su futuro laboral. Ya sabemos que ahora no se va a clase para aprender, pues el conocimiento perpetúa la diferencia fascista entre cultos e ignorantes, sino para empatizar, porque emociones las tiene cualquiera y es más fácil ser animador docente que maestro. «Si su hijo o hija saca buenas notas, ¡Genial! (sic) Pero si no lo hace… Por favor, no le quite ni la dignidad ni la confianza en sí mismo», redacta Amalio Gutiérrez. Y prueba de que tiene razón es que ha llegado a director sin saber que no va mayúscula después de coma. En algún lugar habrá escrito Foucault, el amigo de los niños, que la ortografía es otra estrategia del poder para mantener oprimido al buen salvaje.