
A Ayuso se la ama o se la odia, y la razón de que la derecha la ame es que la izquierda la odia. En una España deforestada por la apisonadora de Sánchez, con la oposición reducida a objeto de condescendencia cuando no de mofa, el instinto de supervivencia liberal o conservador corre a cobijarse bajo la única figura que desquicia al sanchismo. La máquina que ha triturado sucesivamente al PSOE, a Rajoy, a Rivera, a Iglesias y a Arrimadas topa con una inexperta actriz de cine mudo, según el pincel de Raúl del Pozo, y no logra arrollarla. Primero la ignoraban, después se burlaban y por último la cubren de insultos. Sería más inteligente disimular su aversión, porque son los golpes de la izquierda los que están esculpiendo la estatua de Ayuso, pero no pueden contenerse. ¿Por qué? Agotado el suspense catalán en su bucle de reflujos amarillos, el gran psicodrama político se traslada a Madrid.