
Igual que Arcadi no puede evitar que le caiga simpático Puigdemont, yo no puedo evitar que me caiga simpático Pablo Iglesias. Me gusta la gente valiente, sobre todo cuando está equivocada. Y detesto a los que opinan o actúan solo después de haberse cerciorado de que sus opiniones o sus actos contarán con el aplauso general. Iglesias se hizo comunista cuando el Muro ya había caído, se puso a combatir a Franco cuando Franco ya había muerto y fundó un partido para impedir la Transición cuando la Transición ya se había hecho. Se refugió en el gobierno de un hombre al que profesa un sincero desprecio intelectual, y no ha sido capaz de disfrutar de su dulce e inexorable degeneración en casta cuando no hay nada más fácil en esta vida.