
En el boxeo.
Pero dejemos la anécdota memorable en el cofre de la intimidad y hablemos de la obra de Gistau, que es lo que ha de quedar. Si el estilo es el hombre y el carácter es el destino, David estaba obligado a llevar al folio su temperamento, que no es fácil de categorizar. Una buena parte de republicanismo afrancesado, una porción de americano vocacional, otra de casticismo de Chamartín y un torrente de sangre jacobina. Gistau no distinguía entre alta cultura y cultura pop, de modo que en la coctelera de sus referencias nadan mezclados Woody Allen, una legión romana, el Maradona previo a su narcodegradación, las camisetas de Motörhead, el madridismo ochentero, las novelas de Salter y los reportajes de Mailer, el Ali que meó sangre de por vida tras vencer a Frazier en Manila, un torero llamado Mazzantini que decía que era su antepasado y todos los clanes mafiosos que caben en la geografía del sur de Italia. Y ahí se alimentaba, más o menos.