
Instituciones.
En el mismo instante en que las Cortes declaraban solemnemente abierta la XIV Legislatura, el tráfico aéreo se cerraba en el aeropuerto Adolfo Suárez por culpa de un dron. Sabemos que la coincidencia temporal no supone causalidad, pero convendremos en que favorece la metáfora. Ausente el separatismo por propia voluntad, la liturgia regresó tímida y fugazmente al Hemiciclo para acoger el discurso de la primera y de la tercera autoridad del Estado, esto es, de Felipe VI y de Meritxell Batet. Y si por una mañana nuestra democracia pareció capaz de honrarse a sí misma en el delicado ritual de su forma, quizá solo fue posible porque ni estaban los informales ni le tocaba hablar a su socio, segunda autoridad del Reino empeñada en eclipsar a todas las demás.
Sí estaban, en cambio, los parlamentarios de Podemos. Alberto Garzón, impecablemente encorbatado, mostraba al mundo el apasionante viaje que conduce del escrache antisistema al aplauso monárquico con solo sentarse en el Consejo de Ministros. Ah, la legendaria generosidad del Sistema. También aplaudían borbónicos perdidos Pablo Iglesias e Irene Montero: desde Carrillo no tributaba el comunismo español un reconocimiento así a la Monarquía. Bien está, aunque la mayoría de sus correligionarios mantuviera las manos pegadas a las piernas por lo que pudieran decir en Bolivia, suponemos. Manuel Castells ha vuelto de sus novillos. Echenique en primera fila de apuntador automático. La Reina Letizia apareció perfecta como suele, y sus dos hijas permanecieron quietas y atentas en sus butacas rojas, muy imbuidas de su misión. El hieratismo infantil siempre tiene algo antinatural, pero es que la propia democracia parlamentaria es un artificio civilizatorio: lo natural es matarse. En la tribuna de invitados descubrimos a los dos únicos padres de la Constitución que permanecen entre los vivos, Miguel Herrero de Miñón y Miquel Roca, como dos vips de palco contemplando quizá los minutos de la prórroga de su criatura. Sonó el himno, y en ese trance ninguno rivaliza con la apostura castrense de Abascal, la barbilla fuera, los puños cerrados.