
«¿Y qué hago con Jesús?»
Entonces Pilato dio a elegir al pueblo entre Jesús y Barrabás, porque era costumbre por pascua indultar a un preso, y el pueblo eligió: «A ese no, suelta a Barrabás». «¿Y qué hago con Jesús?», empezó a rendirse el político. «Crucifícalo», sentenció la voz del pueblo, voz de Dios, voz de ángeles unívocos que siempre terminan siendo ángeles exterminadores.
He aquí, evangélicamente fijado, el eterno mecanismo del referéndum del que jamás aprenderemos. La degradación de la democracia a oclocracia, o mandato directo de la masa. El sometimiento de la letra clara de la ley al espíritu turbio de la opinión pública. La confirmación de la greguería de Ramón que avisa de que un tumulto no es más que un bulto que les suele salir a las multitudes. Ese bulto que bulle en los escraches y crece tumoral en las redes, aplastando el criterio bienintencionado de los políticos débiles. Los del siglo I como los del XXI.