
Periodismo.
Quienes consideran a Helen Garner (Geelong, 1942) la Joan Didion australiana quieren hacerle un favor a Garner, pero quizá se lo estén haciendo a Didion. Solo quizá. En la nómina rutilante del Nuevo Periodismo -la de los Talese, Mailer o Wolfe-, la reportera estadounidense figura ya por derecho propio como su gran exponente femenino. Garner no compite con ella en estilo, como Hemingway no lo hace con Faulkner: por una consciente voluntad antirretórica. Pero sí lo hace en vocación, coraje y honestidad periodística. La antología de reportajes que edita Libros del Asteroide es buena prueba de todas esas condiciones, pero sobre todo da testimonio de una manera de concebir y ejecutar el periodismo narrativo que empezamos a extrañar sin temor a caer en la jeremiada. Lo cierto es que hoy escasea el tiempo, el dinero, el talento, la paciencia de los jefes y mucho más la de los lectores para asegurar larga vida al género literario de no ficción que ha dado un Premio Nobel como el de Svetlana Aleksiévich o un Premio Cervantes como el de la mexicana Elena Poniatowska.
Y sin embargo, estamos convencidos de que una historia real bien contada nunca perderá el interés del público. Contar bien es adoptar la primera persona sin convertir el reporterismo en un pretexto para la vanidad; encadenarse disciplinadamente a los detalles como única garantía de ecuanimidad narrativa; escoger la palabra exacta para lograr que el lector se forme en la mente la imagen más vívida posible; examinarse a uno mismo como vehículo informativo con el mismo rigor despiadado con que se consignan los hechos; y todo ello por sagrado respeto al lector, en la conciencia de una misión quizá modesta, incluso autoirónica, pero necesaria. No es una fórmula secreta: todo esto se explica -supongo- en las aulas de Periodismo de todo el mundo. Lo difícil es aplicarla como la aplica Garner. Su dominio de la estructura narrativa, la sabia dosificación de descripción y diálogo, la presentación de personajes y escenas que permiten al lector formarse su propio juicio sin que el narrador haga explícita la conclusión moral.