
El héroe menudo.
Baste decir que el último ganador del Balón de Oro fuera de la rivalidad Messi–Cristiano -empatados a cinco trofeos cada uno- fue Kaká. Que ya se retiró, y no sé si incluso ascendió a los cielos. De quienes siguen en activo sobre la tierra, al margen por tanto de los dos extraterrestres citados, el mejor de todos se llama Luka Modric y es centrocampista. Su triunfo emancipa la distinción individual más importante del fútbol de la tiranía comprensible de los goleadores. Recordamos a Cannavaro y a Kahn precisamente porque el Balón de Oro no suelen dárselo a centrales ni a porteros, aunque también lo ganó un sedicente delantero como Owen; lo suyo fue algo así como el Nobel de Echegaray.
Nunca he sostenido en las manos un Balón de Oro pero calculo que pesará más o menos lo mismo que Modric, lo cual da una idea de la grandeza del croata. Hablaremos siempre del Real Madrid de Cristiano, el que conquistó cuatro Copas de Europa en cinco años, pero todo había empezado con un gol de Lukita al Manchester United en Old Trafford en marzo de 2013. Aquel año, el último de Mourinho, no se ganó la Champions pero se ganó el medio del campo, una plaza que se había declarado desierta desde la marcha de Makelele y Redondo. Allí crecían los rastrojos y merodeaban bandas de aluniceros. El menudo Luka -hasta aquel día cuestionado por los 35 millones de su fichaje, hoy unánimemente considerados una irrisoria propina- se apoderó de aquel territorio sin ley como si fuera serbio y puso orden. Y dotó al juego de un sentido nuevo, estético y fluido, incisivo y conservador, de cuya muerte el apenado madridismo ya tiene el recuerdo, echándolo de menos mucho antes de que su artífice haya dado el último pase con el exterior.