
Aron.
Durante demasiados años corrió por los círculos de la intelligentsia francesa un malvado chascarrillo: «Más vale equivocarse con Sartre que acertar con Aron«. Quería decirse que la inteligencia fría, insobornable, desapasionadamente exacta del gran liberal judío no podía competir en atractivo con la personalidad arrolladora, magnética y brillante de aquella Juana de Arco laica que fue Jean Paul Sartre. Pero el tiempo pasa, el magnetismo personal muere y quedan solo las palabras, que en el caso de Sartre a menudo testimonian compromisos indecentes con ideologías criminales, mientras que la obra de Aron crece con cada acierto democrático formulado cuando ningún rédito daba formularlos.
A Aron no le desvelaba acumular el glamour del intelectual estrella, sino la responsabilidad social del filósofo: «La filosofía es el diálogo entre los medios y el fin, entre el relativismo y la verdad. El filósofo permanece fiel a sí mismo en la medida en que rechaza el sacrificio de uno de los términos, cuya contradictoria solidaridad caracteriza la condición del hombre que piensa». Sartre pasó de largo entre los millones de muertos sacrificados como puros medios en el altar final de la sociedad sin clases; Aron, como Camus, no los perdió de vista jamás. Equivocarse con Sartre no es más que equivocarse, sin más.
«Uno de los equivocos de los que se ha cargado la palabra `cultura´ desde 1930 consiste en que ha servido desde entonces de uniforme de viejo corte a un monstruo naciente, la propaganda ideológica, la matracada política. Cultura animi era el crecimiento del alma mediante el estudio desinteresado. Es inseparable de la conversación íntima y letrada» etc etc. Se pueden seguir los vericuetos de Marc Fumaroli en `El Estado cultural´. Otrosí,no creo que esté muy feliz con el léxico hegeliano de Aron,
«La democracia, cuando es liberal, no consiste en vejar a las minorías bajo el peso de una mayoría, ni en sacrificar a una abstracción sociológica, como el «consumidor» o el «turista», la realidad sensible de las vocaciones privadas» – M. Fumaroli , El Estado cultural. Es tan obvio que dan ganas de decir para qué, pero dicho queda