
Diván de oro.
Uno toma verdadera conciencia de lo que está pasando en Cataluña cuando el Real Madrid se pone a ocho puntos del Barça y no ocurre gran cosa. Nadie pide la cabeza del entrenador, ni unas elecciones anticipadas, ni la exhumación de Juanito. Las críticas resultan más bien convencionales: el físico, el gol, el hambre, el quilombo táctico de Marcelo. Hasta Morata, que nunca fue un soberano delantero completamente independizado de la cantera, se entrega a previsibles accesos de melancolía que sólo confirman el acierto de su traspaso. Todo esto significa que la crisis de juego y resultados por la que atraviesa el Madrid está discurriendo con sordina; y el silencio, lejos de beneficiar a un club acostumbrado a existir entre la hegemonía o el apocalipsis, perjudica seriamente su recuperación.
Así que quizá el Real Madrid, como las pensiones o las novedades en el caso Lezo, no es más que otra víctima de la sobrerrepresentación procesista en los medios. A sus aficionados se les está escamoteando la familiar trompetería del fin del mundo que acompaña a cada derrota, precisamente por tratarse de un hecho excepcional. No digo que no se haya incurrido con puntualidad en el tópico del matagigantes -¿alguien duda que el rey David era catalán?-, pero la máquina de señalar culpables tampoco parece funcionar a pleno rendimiento y así será muy difícil recobrar la tensión competitiva. Yo no creo que la Liga esté perdida, pero pronto lo estará si nadie le recuerda al equipo que lo siguen mirando.