
Proclamación del cantón de Cartagena, grabado.
Al grito de mariquita centralista el último, ya no queda al parecer en España un solo partido que defienda la actual organización territorial del Estado. La Alta Comisionada para Hipersensibilidades Periféricas, doña Soraya, ha abierto despacho en Barcelona con permiso de don Mariano para negociarlo «todo» menos una consulta de autodeterminación, salvedad que tanto le agradecemos todos los españoles soberanos de la nación única e indivisible. Pero no dejaré yo de contribuir al debate constituyente, ofreciendo a nuestros legisladores algunos precedentes históricos a la luz del aviso marxista sobre la repetición de la historia primero como tragedia y luego como farsa, si bien desconozco en qué coño se convierte un país que parte ya directamente de la farsa.
Julio de 1873. España, queridos niños, es una república. Pero contra todo pronóstico, tan anhelada condición no ha pacificado los ibéricos ánimos. Al pie del granadino Arco de Elvira se prepara la tragedia cuando un carabinero pasado de copas se enzarza en una discusión con un republicano, al que termina matando. La noticia corre por toda Granada y prende la indignación de unos paisanos que deciden asaltar el cuartel, y lo consiguen. Se animan a tomar también el polvorín de El Fargue, el cuartel de la Guardia Civil y la sede del Gobierno. Ciegos de gloria nombran una junta revolucionaría, proclaman el cantón de Granada y redactan su propia Constitución, con los siguientes puntos: 1) imponer un tributo de cien mil duros a los ricos; 2) derribar todas las iglesias; 3) levantar una fábrica para acuñar moneda; 4) incautarse de los bienes del Estado; 5) cesar a todos los magistrados de la Audiencia. Lo que se dice el sueño húmedo de la democracia directa, señores.
«Una nación que vive un siglo constituyéndose no es nación seria» . Y que lo diga, Ganivet. Ni dos, ya puestos. No, más: cuando trabajaba en los estdios de Hollywood y coincidía con William Faulkner , Ramón J Sender sacó al americano lo que supiese de España, qiue era el Quijote y en particular el episodio de las dos pedanias enfrentadas a rebuznos. Ni que decir tiene que le hacia mucha gracia. «España, nación soberana de borricos y borricas, acuerda….». Y el caso es que leyendo no hará un año ‘La Noria’ aparecía un episodio a las orillas del río donde Ganivet («Cuchillo») se ahogó en el que el narrador consigue, así porque sí,(«mariquita el último») que su interlocutor haga lo mismo. Bueno, también se trataba de un «artista plástico». Parece que Sender sufriese ventoleras sádicosurrealistas tipo Buñuel -al que no apreciaba- o quizá fuese el macizo de la raza.