
Rajoy, un desafío para la ciencia.
El marianismo es un movimiento político que niega el movimiento político. De haber tenido que analizar el marianismo, Einstein sin duda habría concluido -resignado- que el espacio-tiempo acotado a una jornada en Moncloa no es dinámico, sino estático. Pues don Mariano es el único pedazo de materia conocido a cuyo contacto la energía renuncia a transformarse, e incluso se destruye. Y así, mientras la ciencia va descubriendo nuevas dimensiones de lo real -tengo entendido que la cuarta ya se ha quedado obsoleta-, el universo marianista tiende a comprimirse, y si por él fuera quedaría reducido a un punto primigenio y fijo, ubicado en la ría de Pontevedra, a partir del cual la política del «sentido común» para la «gente normal» no conociera alternativa.
Sin embargo, fuera de Moncloa el mundo sigue fastidiosamente sometido a la relatividad general. No eran precisamente relativistas sino fanáticos los que atentaron en París, pero su crimen obliga a Hollande a tejer pronto una alianza militar, con sus cazabombarderos y sus fragatas, o sea, la cosa menos estática que existe. La calle tampoco permanecería quieta, sino agitada por los demonios familiares del agit-prop municipal y espeso. Y ése no es el escenario electoral que soñaba para el 20-D el marianismo, al que tan grata demoscopia le estaba reportando la solidez institucional frente a los lemmings indepes. Muchos se meten en política para canalizar algo; Rajoy para hacer de dique.
En El Parnasillo de COPE, esta semana, cómo acabar de una vez por todas con los cuentos de Navidad