De los creadores de la «Iglesia tiene un problema de comunicación», llega con fuerza a las tertulias: «Al PP le falta relato». El relator que relate al PP, buen relator será. Relato es el palabro cursi de curso impune que empezó a sangrarnos en los oídos a cuenta del fin de ETA, convertido en un certamen literario donde el jurado no son las víctimas sino los terroristas presos que cuentan con los dedos el número de años de condena como si contaran las sílabas alejandrinas de la Sonatina de Darío. De la doctrina Parot a la cesura del cese definitivo y al hemistiquio de la reinserción.
Qué coño el relato, señores. La Iglesia tiene el mismo problema de comunicación desde hace veinte siglos; miren si lo tuvo que a su Líder lo crucificaron por ese mismo problema. Malo será cuando la Iglesia, cuyo mensaje es literalmente extraterrestre, deje de tener un problema de comunicación, como alertaba Nicolás Gómez Dávila en los borrascosos días del Concilio Vaticano II: «No habiendo logrado que los hombres practiquen lo que enseña, la Iglesia ha resuelto enseñar lo que practican».
Rajoy no es el Papa, probablemente porque no se lo ha propuesto todavía, pero su política comparte con el cristianismo el problema de la ininteligibilidad. Cristo nos pide poner la otra mejilla como don Mariano nos exige poner el otro bolsillo, y a ambos mandamientos reacciona con natural desagrado nuestra humana condición. El relato es el racional intento del hombre por introducir orden en el caos, pero el caos tiene que poner algo de su parte en el juego creativo. Y no digo que la política de Rajoy sea caótica, sino que carece de relato porque es una política de ciencias y no de letras: un problema puramente matemático que no se puede narrar. Llevamos dos años dando Álgebra sin parar, castigados sin el desahogo de la clase de Literatura, y lógicamente acabamos gritando que al PP le falta relato. Pero es que en eso consiste la tecnocracia: no en que al PP le falte relato, sino en que directamente le sobre.