Un vendaval de hielo se desató sobre el rey de Europa en Manchester y congeló las cañerías del palacio donde habitaba la cálida costumbre de la victoria. Los jugadores de Ancelotti envejecieron de golpe, la artritis se declaró en los miembros más nobles de la familia, la épica se volvió melancolía. Los jóvenes herederos –Camavinga, Rodrygo, Valverde– asistían al fenómeno atmosférico con estupor, paralizados ante el espejo mohoso en que se reflejaban sus mayores, completamente irreconocibles.
El partido de Miguel Ángel Blanco tuvo que escuchar este martes, de boca de un presidente socialista, que «hizo lo imposible» para que ETA durara más. Claro que no es un presidente socialista cualquiera, sino el único que acordó su investidura, sus presupuestos y sus leyes y decretos con los herederos políticos de la mafia. Claro que no es una mafia cualquiera, sino la única que justificó el estallido de nucas y la amputación de piernas porque así lo exigía ser muy vascos y ser muy de izquierdas. Y claro que esta no es una legislatura cualquiera, sino la única que ha logrado completar el vuelco ideológico y afectivo del PSOE, su desnaturalización constitucional, su empoderamiento cainita: mejor, mil veces mejor Otegi que Feijóo, porque Arnaldo al fin y al cabo es progresista. Un tal Pedro Sánchez Pérez condujo a la presunta izquierda de Estado a un territorio moral desconocido, varios pueblos más allá de las fronteras del 78, y ese es un lugar del que ya no se vuelve.