
Por hacerse con una silla de sombra en la Puerta del Sol, donde nadie le quería, don Félix no ha tenido más remedio que poner sus bolaños encima de la mesa. Soy ministro de la presidencia y usted va a tener la amabilidad de invitarme al Dos de Mayo. Con este movimiento entierra definitivamente don Félix su reputación de maquiavelismo en el sentido discreto de la palabra, aunque ya hace tiempo que renunció a la confortable oscuridad del segundo plano para exponer la jeta por su señorito, exactamente igual que Calviño, Escrivá, Isabel Rodríguez y el resto de compañeros mártires. El sacerdocio de la polarización constante desgasta mucho si nos atenemos al pálido testimonio de las canas que van colonizando la cabellera del primer sanchista del Estado, y tras el enésimo choque con Ayuso estamos convencidos de que se le habrá decolorado otro mechón.