
La carretera que lleva a Amer, la aldea natal de Carles Puigdemont, ofrece a la altura de Bescanó un monumento al kitsch con forma de gasolinera. Decorada con escenas arcádicas, reivindicada por un Petrolis Independents, la estelada que campea en el techo parece proclamar que hasta el gasóleo mana en catalán de los montes de Gerona junto con la identidad de la provincia, entregada a la causa independentista pese al fracaso de su último intento de escisión, hace ahora cinco años. Hay una ensoñación de soberanía puramente estética que fomentan los pueblos de la comarca de La Selva, como esos combatientes japoneses que se negaban a asumir el fin de la guerra. «Te sorprenderá el grado de adhesión que la figura de Puigdemont aún suscita en Gerona», han advertido al cronista. Pero al cronista le sorprenden ya pocas cosas.