
La política fiscal del PSOE ha sufrido tal mutación ideológica en la última década que obliga a desconectar -también en esto- al sanchismo de la tradición que inauguró el felipismo. González fundó su liderazgo sobre la premisa de la renuncia al marxismo, y una vez en Moncloa exploró sin dogmas todas las posibilidades del capitalismo redistributivo. La pana fue solo un manto retórico con el que se cubrían los guerristas mientras Boyer y Solchaga -«España es el país europeo donde es mas fácil hacerse rico»- avanzaban en la liberalización de una economía lastrada todavía por la herencia estatista del franquismo. Aquel PSOE asumió el coste político de la reconversión industrial -incluida la mayor huelga general de la historia-, emprendió iniciativas de colaboración público-privada como los conciertos educativos y hasta ideó una cosa chulísima llamada sicav, instrumento financiero diseñado para captar inversores a cambio de ventajas tributarias. Eran tiempos legendarios en los que la izquierda ibérica cultivaba la convicción -hoy exclusivamente portuguesa- de que para redistribuir la riqueza primero hay que crearla.